Observando al observador



Capta el principio de los dos testigos.

Confía siempre en un estado mental dichoso.

Aunque estés distraído, si puedes hacerlo, es todavía adiestramiento de la mente.

Siempre observa los tres puntos generales.

Cambia tu inclinación y mantenla.

No discutas defectos.

No pienses en nada que sea asunto de los demás.

Adiéstrate primero contra la mayor mácula.

Abandona toda esperanza de resultados.


El primer sutra:

Capta el principio de los dos testigos

Este es uno de los sutras más importantes, uno muy fundamental en la alquimia interna. Deja que cale profundo en tu corazón. Puede transformarte, puede traerte un nuevo nacimiento, una nueva visión, un nuevo universo. Este sutra tiene dos significados. Ambos hay que entenderlos.
El primer significado: hay dos clases de testigos. Una clase es la gente que te rodea. Eres constantemente consciente de que te observan, de que hay testigos. Esto te crea una autoconsciencia. De ahí el miedo cuando estás en un escenario, enfrentado a un gran número de público. Ese miedo lo sienten los actores, lo sienten los poetas, lo sienten los oradores. Y no sólo los principiantes, sino incluso aquellos que han consumido toda su vida actuando. Cuando suben al estrado les surge un gran temblor, un gran miedo, ¿saldrán airosos del trance o no?
Con tantos ojos observándote, quedas reducido a un objeto. Ya no eres una subjetividad, te has convertido en una cosa. Y tienes miedo porque puede que no te aprecien. Puede que no alimenten tu ego, puede que no les gustes, puede que te rechacen. Ahora estás en sus manos. Quedas reducido a esclavo dependiente. Ahora tienes que actuar de tal manera que obtengas su aprecio. Tienes que reforzar sus egos con la esperanza de que ellos en respuesta refuercen el tuyo.
Cuando estás con amigos no tienes tanto miedo. Los conoces, son predecibles, ellos confían en ti y tú confías en ellos. Pero cuando te enfrentas a un público anónimo, surge un miedo mayor. Todo tu ser empieza a temblar, tu ego entero está en juego. Puedes fracasar. ¿Quién sabe? El éxito no está garantizado.
Esta es la primera clase de testigo. Los otros son testigos, y tú eres tan sólo un mendigo. Esta es la situación en la que viven millones de personas. Viven para los demás, por eso viven sólo en apariencia; en realidad no viven. Están siempre ajustándose a los demás, porque sólo son felices si los demás están contentos con ellos. Hacen concesiones de continuo, venden sus almas, con un sencillo propósito: que sus egos salgan fortalecidos, que puedan hacerse famosos, conocidos.
¿Has observado algo de inmenso valor? ¿Has observado que inmediatamente después de que un poeta, un novelista o un científico obtiene el Premio Nóbel su creatividad declina? Ningún laureado con el Nóbel ha sido capaz de producir algo tan valioso como lo que creaba antes de recibirlo. ¿Qué es lo que sucede?
Ahora has alcanzado la meta del ego, ya no puedes ir más allá, así que ya no hay necesidad de que te ajustes a la gente. Una vez que el libro se hace famoso, el autor muere.
Eso es lo que pasó con El profeta de Jalil Gibran. Eso es lo que pasó con Gitanjali de Rabindranath. Y esa es casi siempre la regla, no la excepción. Una vez que eres famoso dejas de hacer concesiones. ¿Para qué? Ya eres famoso. Y cuando dejas de hacer concesiones, la gente empieza a rechazarte, a no hacerte caso. Tu creatividad entera estaba enraizada en el deseo del ego; ahora el ego se siente tranquilo y toda la creatividad desaparece.
Esta es la situación en la que vive el 99,9 por 100 de la gente. Conoces sólo una clase de testigo: el otro. Y el otro siempre te crea ansiedad.
Jean-Paul Sartre dice correctamente: «El otro es el infierno.» El otro no te deja relajarte. ¿Por qué te sientes tan relajado en el cuarto de baño, en tu bañera? Porque el otro no está ahí. Pero si cuando estás relajado en la bañera, de repente ves que alguien te mira por el ojo de la cerradura, en un instante toda la relajación desaparece. De nuevo estás tenso. ¡Te están observando!
Para crear miedo en la gente, los sacerdotes a lo largo de los tiempos han dicho que Dios te vigila constantemente. Dios está constantemente vigilándote, día tras día. Quizá tú duermas, pero él no duerme; él sigue sentado en tu cama y vigila. No sólo te vigila a ti, sino que vigila tus sueños y tus pensamientos. Así que no sólo serás castigado por tus actos, sino también por tus sueños, por tus pensamientos. Por tus deseos y sentimientos.
Los sacerdotes han creado mucho miedo en la gente. Sólo tienes que imaginarte a Dios vigilándote continuamente. Ni un momento, no se te permite ni un solo momento en el que puedas ser tú. Esta ha sido una gran estrategia para reducir las personas a cosas.
¿Por qué ansiamos la atención de los demás? Porque tal y como somos nos encontramos vacíos. Tal y como somos, no somos. Tal y como somos no tenemos el centro del ser. Sólo somos ruido, multitud. Una casa llena de sirvientes discutiendo uno con el otro, porque el dueño no está, o se ha quedado dormido.
Ansiamos la atención de los otros para, al menos, poder crear un seudocentro. Si el centro verdadero no está, al menos podemos valemos de un seudocentro. Con él podemos aparentar que estamos centrados, él te hará una persona.
No eres un individuo. La individualidad es la fragancia de un ser verdaderamente centrado, de uno que sabe quién es.
Pero si no eres un individuo, al menos puedes ser una persona, puedes conseguir una personalidad. Y la personalidad hay que mendigarla. La individualidad es tu crecimiento más íntimo, es un crecimiento; no necesitas mendigarlo de nadie, y nadie puede dártelo. La individualidad es tu desarrollo. Pero la personalidad se puede mendigar, la gente puede dártela. De hecho, sólo los otros pueden dártela.
Si te encuentras solo en el bosque no tendrás ninguna personalidad, recuerda. Tendrás individualidad pero ninguna personalidad en absoluto. Si te encuentras solo en el Himalaya, ¿quién eres tú?, ¿un santo o un pecador? No hay nadie para apreciarte o para condenarte, no hay nadie para hacerte famoso, notorio. No hay nadie excepto tú mismo. En tu soledad total, ¿quién eres?, ¿un santo o un pecador? ¿Una persona muy importante, un vip? ¿o simplemente un don nadie?
No eres ninguna de las dos cosas. No eres ni una persona muy importante, ni un don nadie, porque para ser cualquiera de las dos cosas se necesita al otro. Se necesitan los ojos del otro para reflejar tu personalidad. Tú no eres una cosa ni la otra. Tú eres, pero tú eres en tu realidad; a ti no te crean los otros. Eres como eres, en tu completa desnudez, en tu autenticidad.
Esta es una de las razones por las que mucha gente pensó que es sabio escapar de la sociedad. En realidad no era escapar de la sociedad, en realidad no era contra la sociedad, era solamente un esfuerzo de renuncia a la personalidad.

Buda dejó su palacio. Buda no es un cobarde ni tampoco un escapista, así que ¿por qué deja el palacio?
Rabindranath ha escrito un hermoso poema sobre ello; durante doce años Buda vagó por los bosques, haciendo diferentes prácticas y meditando. Y al final llegó el día del regocijo supremo, se iluminó.
Naturalmente, lo primero que recordó fue que tenía que volver a palacio para comunicar la buena noticia a la mujer que había amado, al hijo que había dejado atrás y al anciano padre que todavía esperaba que volviera.
Estas son cosas tan humanas que se llevan en el corazón.
Después de doce años Buda regresó. Su padre estaba enojado, como cualquier padre lo estaría. No pudo ver quién era Buda, no pudo ver aquello en lo que Buda se había convertido, no pudo ver su individualidad, que era tan patente y tan clara.
El mundo entero se daba cuenta de ello, pero su padre no podía verlo. Su padre le recordaba con la personalidad. Y esa personalidad ya no estaba ahí. Buda había renunciado a ella el día en que dejó el palacio.
De hecho Buda tuvo que dejar el palacio precisamente para renunciar a su personalidad. Quería conocerse a sí mismo tal y como era. No estaba interesado en saber lo que los otros pensaban de él. Pero su padre le miraba ahora a la cara con los ojos de hace doce años. Y le dijo:
—Soy tu padre, aunque me hayas hecho mucho daño, aunque me hayas herido profundamente, te quiero. Soy un anciano y estos doce años han sido una tortura. Tú eres mi único hijo, y he intentado seguir vivo hasta que regresaras. Ahora estás aquí, ¡toma el cargo de palacio, sé el rey! Ahora déjame descansar. Ha llegado el momento de que descanse. Has cometido un pecado contra mí, casi me has asesinado, pero te perdono y te abro las puertas.
Buda se rió y dijo:
—Padre, date cuenta con quién estás hablando. El hombre que dejó el palacio ya no está aquí. Murió hace mucho tiempo. Yo soy otra persona. ¡Mírame!
Y su padre se enojó todavía más. Dijo:
—¿Quieres engañarme? ¿Es que no te conozco? ¡Te conozco mejor de lo que tú te puedas conocer! Soy tu padre, te he traído al mundo; en tu sangre circula mi sangre y ¿no te voy a conocer?
Buda dijo:
—Aun así, padre, por favor... Ciertamente me has traído al mundo. He venido por medio de ti, es verdad, pero tú has sido tan sólo un vehículo. Y sólo porque alguien haya venido montado en un caballo no significa que el caballo conozca al jinete. He pasado por las puertas de tu cuerpo, pero eso no significa que me conozcas. De hecho, hace doce años, ni siquiera yo sabía quién era. ¡Ahora lo sé! Mírame a los ojos. Por favor, olvida el pasado, estate aquí y ahora.
Pero el padre era incapaz. Con sus viejos ojos, llenos de lágrimas de ira y de alegría, no podía ver lo que le había sucedido a Buda. «¿Qué tonterías está diciendo?, ¿que ha muerto y que ha renacido?, ¿que es una individualidad totalmente diferente?, ¿que ya no es la personalidad?, ¿que es una individualidad?»

En los diccionarios, «personalidad» e «individualidad» son sinónimos. En la vida no lo son. La personalidad es falsa, una simulación, una fachada. La individualidad es tu verdad.
¿Para qué queremos que un gran número de personas nos preste atención? ¿Para qué ansiamos eso? Para crear la personalidad. Y cuanto más personalidad crees en torno a ti, menor es la posibilidad de conocer tu individualidad.

Y cuando Buda fue a ver a su mujer, ella estaba todavía más enojada. Su mujer le hizo sólo una pregunta, una pregunta muy importante. Dijo:
—Sólo tengo una pregunta que hacerte. He esperado durante todos estos años y sólo quiero hacerte una pregunta. La pregunta es simple, pero sé sincero —ella todavía piensa que Buda puede ser insincero—. Sé sincero, di la verdad y respóndeme tan sólo a una cosa. Lo que hayas alcanzado en el bosque ¿no hubiera sido posible alcanzarlo aquí, en palacio? ¿Sólo se encuentra a Dios en el bosque y no aquí donde está la gente?
Su pregunta es de tremenda importancia.
Buda dijo:
—Sí, la verdad está tanto aquí como allí. Pero hubiera sido muy difícil para mí llegar a conocerla aquí, porque me encontraba perdido en la personalidad. La personalidad de un príncipe, la personalidad de un marido, la personalidad de un padre, la personalidad de un hijo. La personalidad era algo desbordante. En realidad no fue el palacio lo que abandoné, sólo estaba dejando atrás mi personalidad, para que no hubiera nadie que me recordara quién era yo. Para poder responder a la pregunta «¿quién soy yo?» por mí mismo. Quería confrontarme conmigo mismo. No estaba interesado en las respuestas de los demás.

Pero todo el mundo está interesado en las respuestas de los demás. ¡Cuánto te gusta el que alguien te diga: «Eres muy hermoso»!
Sarvesh le decía a Mukta: «Me siento un poco perdido.» Por supuesto. Sarvesh es uno de los mejores ventrílocuos que ha dado el mundo. Vive la vida del artista, siempre en el escenario, luces enfocándole desde todas partes, miles de personas absolutamente alerta, mirando lo que él hace con gran reconocimiento. Sarvesh tiene talento, tiene genio, y ha vivido inundado por la atención de los demás.
Naturalmente, en esta comuna nadie va a decirle: «Sarvesh, eres magnífico. Sarvesh eres esto, eres lo otro.» El debe sentirse un poco perdido. Este es un problema para las personas que son figuras públicas. Les resulta muy difícil dejar la personalidad.
Pero Sarvesh lo está intentando, y estoy seguro de que tendrá éxito. Lo conseguirá. Por un lado, Sarvesh ha ansiado la atención de los demás; por otro, tarde o temprano uno se cansa de eso también, porque se trata de comida artificial. Quizá tenga buen sabor, quizá tenga un agradable aroma, pero no nutre, no te da vitalidad.
La personalidad es una obra modelo. Puede engañar a los demás, pero no puede engañarte a ti, al menos no por mucho tiempo. Por eso Sarvesh ha venido aquí, cansado, exhausto de toda esa atención. Pero los viejos hábitos persisten un poco más. Tarde o temprano empezará a sentirse bien, tarde o temprano empezará a disfrutar de su individualidad.
Y el día en que disfrutas de tu individualidad, eres libre. Libre de tu dependencia de los demás. Si les pides su atención tienes que corresponderles pagando por ello. Es una dependencia. Cuanta más atención pides a la gente, más te conviertes en una cosa, en un bien en el mercado que se puede comprar y vender.
Eso es lo que les sucede a todas las figuras públicas, a los políticos, a la gente del espectáculo.
Esta es una clase de testigo; quieres que te dirijan atención. Eso te da respetabilidad, y para tener respetabilidad tendrás que crear carácter y moralidad. Pero todo ese carácter y toda esa moralidad es sólo hipocresía. Lo creas con un motivo: el que los otros sientan atracción por ti.
Si quieres respetabilidad tendrás que ser un conformista; tendrás que ser obediente con la sociedad y sus demandas. Tendrás que vivir de acuerdo a los falsos valores, porque la sociedad está formada por gente profundamente dormida... Sus valores no pueden ser verdaderos.
Sí, una cosa es posible: puedes convertirte en un santo. Eso es lo que han hecho miles de personas a las que respetas, lo han sacrificado todo en el altar de la respetabilidad. Se han torturado, se han comportado de manera suicida, pero han ganado algo: se han convertido en santos; la gente les adora.
Si lo que quieres es esa clase de adoración, respetabilidad, santidad, entonces te volverás más y más falso, más y más seudo, más y más de plástico. Nunca serás una rosa de verdad. Y esa es la mayor calamidad que le pueda suceder a un hombre: ser una rosa de plástico, no ser una rosa de verdad.

La segunda clase de testigo es totalmente diferente, justo su polo opuesto. No ansias la atención de los otros; al contrario, empiezas a prestarte atención a ti mismo. Te conviertes en testigo de tu propio ser. Empiezas a observar tus pensamientos, deseos, sueños, motivaciones, avaricias y envidias. Creas una nueva clase de conciencia dentro de ti. Te conviertes en un centro, un centro silencioso que observa todo lo que sucede.
Aparece en ti la ira, y la observas. No estás tan sólo enojado, sino que a dicho fenómeno le introduces un nuevo elemento: lo estás observando. Y el milagro es que si observas la ira, ésta desaparece sin que sea reprimida.
La primera clase de santo tendrá que reprimirla. Tendrá que reprimir su sexualidad, tendrá que reprimir su avaricia. Y cuanto más reprimes algo, más profundo va en tu inconsciente. Se vuelve parte de tus cimientos y empieza a afectar tu vida desde ahí. Es como una herida supurante; pero la has tapado. Simplemente por taparla no recobras la salud, la herida no se cura. En realidad, cubriéndola estás haciendo que crezca más y más.
Tus santos apestan; apestan a toda clase de represiones.
La segunda clase de testigo crea un tipo de persona completamente diferente. Crea al sabio. El sabio es aquel que sabe quién es. No por medio de los demás. El sabio es aquel que vive la vida de acuerdo a su propia naturaleza, no de acuerdo a los valores de los demás. El sabio tiene su propia visión y el coraje de vivirla.
El sabio es rebelde. El santo es obediente, ortodoxo, convencional, tradicional, conformista. El sabio es inconformista, no es tradicional, no es convencional, es rebelde. La rebelión es el sabor mismo de su ser. El no depende de los demás. El sabe qué es la libertad, y sabe del júbilo de la libertad. Al santo le seguirá una gran multitud. El sabio tendrá sólo la poca gente escogida que sea capaz de entenderle.
Al sabio no le comprenderán las masas; el santo será adorado. El sabio será condenado por las masas, quizá incluso asesinado. Jesús es crucificado y el papa es adorado. Jesús es sabio y el papa es santo.
El santo tiene carácter y el sabio tiene consciencia. Y entre estas dos cosas hay una tremenda diferencia. Son tan diferentes como el cielo y la tierra. El carácter se impone por algún motivo ulterior: ganar respetabilidad en este mundo y tener más y más placeres celestiales. La consciencia no tiene futuro, no tiene motivación, es un gozo por sí misma. No es un medio para algún fin. Es un fin en sí misma.
Estar con un santo es estar con un imitador. Estar con un sabio es estar con algo verdadero y auténtico. Estar con un santo es estar con un profesor, como mucho. Estar con un sabio es estar con un maestro. Estos son los dos testigos.
Atisha dice:

Capta el principio de los dos testigos

¡Evita el primero y lánzate al segundo!
Este sutra tiene también otro significado. El otro significado es: primero sé testigo de los objetos de la mente. Este es un significado más elevado que el anterior.
Sé el testigo de los objetos de la mente.
Patanjali lo llama dhyana, meditación. De la misma palabra viene Zen y ch'an. Sé testigo de los objetos, sé testigo de los contenidos de la mente. Observa todo lo que pase ante ti. Sin evaluación, sin juzgar ni condenar. No estés a favor ni en contra; y de esta forma se creará dhyana, meditación.
Y en segundo lugar, sé testigo del testigo mismo. Y se creará samadhi, se creará satori, se creará el éxtasis último. Lo primero conduce a lo segundo. Empieza observando tus pensamientos, pero no te quedes ahí. Cuando los pensamientos hayan desaparecido, no pienses que has llegado. Hay que hacer una cosa más, hay que dar un paso más. Ahora observa al observador. Ahora sé testigo del testigo.
Nada queda, sólo tú eres. Vuélvete de pronto consciente de la consciencia misma, y dhyana se transformará en samadhi. Observando la mente, la mente desaparece. Observando al testigo, el testigo se expande y se vuelve universal.
El primer paso es un paso negativo, para liberarse de la mente. El segundo es un paso positivo, para enraizarse en la consciencia última. Llámalo Dios, o nirvana, o lo que desees.
El segundo sutra:

Confía siempre en un estado mental dichoso

Si eres infeliz, eso significa sencillamente que has aprendido trucos para ser infeliz y nada más. La infelicidad depende del estado de tu mente. Hay personas que son infelices en todo tipo de situaciones. Tienen una cierta cualidad en su mente, que lo transforma todo en infelicidad. Si les hablas acerca de la belleza de la rosa, inmediatamente empiezan a contar las espinas. Si les dices: «¡Qué mañana tan hermosa!, ¡qué día tan soleado!», te mirarán como sorprendidos por lo que has dicho. Te dirán: «¡Bueno y qué! ¡Un día entre dos noches oscuras! Se trata sólo de un día entre dos noches oscuras, ¿dónde está la maravilla? ¿Por qué estás tan entusiasmado?»
Lo mismo puede mirarse desde una referencia positiva; entonces de repente cada noche está rodeada de dos días. Y de repente, resulta un milagro el que la rosa sea posible, el que una flor tan delicada sea posible entre tantas espinas.
Todo es lo mismo. Todo depende de la clase de estado mental que lleves en la cabeza. Millones de gente llevan cruces; naturalmente, obviamente, están agobiados. Su vida es una pesadez. Su estado mental es tal, que inmediatamente quedan enfocados en todo lo que sea negativo; magnifican lo negativo. Miran la vida de una manera mórbida, patológica. Pero siguen pensando: «¿Qué podemos hacer? El mundo es así.»
¡No, el mundo no es así! El mundo es absolutamente neutro. Tiene espinas, tiene rosas, tiene noches y tiene días. El mundo es absolutamente neutro, equilibrado; lo tiene todo. Depende de ti, de lo que escojas. Si has decidido escoger sólo lo malo, vivirás en un mundo malo, porque vivirás en el mundo que tú mismo has escogido.
Así es como la gente crea el cielo y el infierno en la misma Tierra. Pero parece increíble que Buda viviera en esta Tierra con aquel tipo de gente, y estuviera en el paraíso; y tú vivas en la misma Tierra con el mismo tipo de gente, y estés en un infierno...
Así que hay dos posibilidades. La mente política dice: «Cambia el mundo.» La mente religiosa dice: «Cambia tu estado mental.»
La religión y la política son diametralmente opuestas. Hay una posibilidad de que la ciencia y la religión se encuentren un día. Tarde o temprano, la ciencia y la religión se van a encontrar, porque su enfoque es muy similar. Quizá la dirección sea diferente: la ciencia busca en lo externo, y la religión en lo interno; pero la búsqueda, la cualidad de la búsqueda, es la misma. El espíritu de la búsqueda es el mismo.
Aunque no veo ninguna posibilidad de que la política y la religión se encuentren. La política piensa siempre que el mundo está mal. Cambia la sociedad, la economía, la estructura, esto y lo otro, y todo estará bien. Y la religión dice: el mundo siempre ha sido el mismo y lo seguirá siendo; sólo puedes cambiar una cosa: el contexto de tu mente, la condición de tu mente.

Confía siempre en un estado mental dichoso

Deja que esto se convierta en una de las leyes fundamentales de tu vida. Incluso si te tropiezas con lo negativo, encuentra algo positivo en ello. Siempre serás capaz de encontrar algo. Y el día en que aprendas el arte de encontrar lo positivo en lo negativo danzarás de alegría.
Inténtalo, prueba esta nueva forma de ver la vida. Piensa en términos optimistas, no seas pesimista. El pesimista crea el infierno a su alrededor y vive en él. Vives en el mundo que creas.
Recuerda, no hay solamente un mundo. En el mundo hay tantos mundos como mentes. Yo vivo en mi mundo. Tú vives en tu mundo. Los mundos no sólo son diferentes, sino que no coinciden ni tan siquiera parcialmente. Son absolutamente diferentes, existen en planos diferentes.
Atisha hace regla fundamental para sus discípulos vivir en un estado mental dichoso. Entonces comienzas a transformar toda oportunidad en un desafío para el crecimiento. Por ejemplo, alguien te insulta, está tan claro que te han insultado, y ahora, ¿cómo vas a practicar un estado mental dichoso? Sí, se puede practicar. Insulta a un buda y lo sabrás.

A Gautama Buda le insultaron en una ocasión. Él pasaba por un pueblo, y la gente del lugar estaba muy en su contra. Les era imposible comprender lo que Buda estaba enseñando. Comparado con los budas, el mundo entero es siempre muy primitivo, muy burdo, muy estúpido. La gente se juntó y le insultó a placer.
Buda escuchó muy en silencio y después dijo:
—Si habéis terminado, ¿puedo marcharme? Porque tengo que ir a otro pueblo y me deben estar esperando. Si no habéis acabado, cuando venga mañana, podéis volver y terminar el trabajo.
Un hombre entre la multitud dijo:
—¿No nos has oído? Te hemos estado insultando, injuriando. Hemos usado todo tipo de palabras groseras, todo lo que nos ha venido a la cabeza.
Buda se rió. Dijo:
—Habéis llegado un poco tarde. Teníais que haber venido diez años antes. Entonces yo estaba en el mismo estado mental que estáis vosotros. Entonces os hubiera contestado, y os hubiera contestado bien. Pero ahora esto es para mí una oportunidad de ser compasivo, de ser meditativo. Os estoy agradecido por concederme esta oportunidad. Esto es una prueba. Una prueba para ver si tengo oculto algo negativo en algún lugar de mi mente inconsciente. Y, queridos amigos, me alegra poder deciros que ni tan siquiera una sombra de lo negativo ha pasado por mi mente. He seguido siendo absolutamente dichoso; no me habéis afectado en absoluto. Me alegro tremendamente de que me hayáis brindado esta extraordinaria oportunidad. Muy poca gente es tan complaciente como vosotros.

Así es como uno debería usar las situaciones, así es como un sannyasin debería usar las oportunidades negativas para el crecimiento interno, para la comprensión interna, para la meditación, para el amor, para la compasión. Y una vez que has aprendido este estado dichoso de la mente, esta forma de ver la vida positivamente, te sorprenderás de que toda la existencia empieza a funcionar de una forma totalmente diferente. La existencia empieza a cuidarte como lo hace una madre. Empieza a ayudarte de todas las maneras posibles. La existencia se convierte en gran amiga.
Y conocer esto es conocer a Dios. Conocer esto: que la existencia te cuida como una madre, es conocer a Dios. No existe otro Dios. Sólo este sentimiento, este tremendo sentimiento, este sentimiento penetrante de que la existencia te ama, te protege, te ayuda y vierte innumerables bendiciones sobre ti. El sentimiento de que la existencia muestra su gracia para contigo, de que no te encuentras separado, de que no eres un extraño, de que ésta es tu casa.
El sentir que «esta existencia es mi casa» es conocer a Dios.

El tercer sutra:

Aunque estés distraído, si puedes hacerlo, eso es todavía
adiestramiento de la mente

Sí; algunas veces estarás distraído. Todavía no sois todos budas. Habrá veces en las que estéis distraídos, habrá veces en las que te veas arrastrado por lo negativo, aspirado por los viejos hábitos. Y cuando quieras darte cuenta, ya habrá sucedido: eres infeliz. La sombra ha caído sobre ti, la cima soleada ha desaparecido, has caído en el oscuro valle.
Entonces, ¿qué hacer en esos momentos? Atisha dice:

Aunque estés distraído, si puedes hacerlo, eso es todavía
adiestramiento de la mente

¿Qué quiere decir Atisha con «si puedes hacerlo»? Esto es de gran importancia. Si puedes estar atento a esa falta de atención. Si puedes ser consciente de que has caído en la trampa de lo negativo, eso es todavía meditación, eso es todavía adiestramiento de la mente, todavía estás creciendo.
Sí, muchas veces caerás, es natural. Y muchas veces te olvidarás, es natural. Y muchas veces estarás atrapado y te llevará tiempo el recordar. Pero en el momento en que te acuerdes, ¡recuerda totalmente! Despierta totalmente y di: «He caído.»
Y ve la diferencia.
Si preguntas al tipo normal de persona religiosa te dirá: «Arrepiéntete, castígate.» Pero Atisha dice: Si estás atento, eso es suficiente. Estate atento a tu falta de atención; sé consciente de que no has sido consciente, eso es todo. No se necesita ningún arrepentimiento. No te sientas culpable; olvidarse es natural, olvidarse es humano. No tienes por qué sentirte culpable, aunque hayas caído muchas veces. El cometer errores, el extraviarse, es parte de nuestra fragilidad humana y sus limitaciones. Así que no hay necesidad de arrepentirse.
El arrepentimiento es algo feo. Es como jugar con tu herida, es meter el dedo en tu llaga. No hay necesidad de hacerlo, y no sólo no hay necesidad de hacerlo, sino que el hacerlo es dañino: la herida puede infectarse; y el meter el dedo en la llaga tampoco ayudará a la curación.
Si has caído, simplemente sabe que has caído, sin culpa, sin arrepentimiento. No hay necesidad de ir a ninguna parte a confesarlo. El saberlo es suficiente. Y al saberlo, estás ayudando a tu conciencia a crecer. Caerás cada vez menos, porque ese saber se hará cada vez más fuerte en ti.

El cuarto sutra:

Siempre observa los tres puntos generales

¿Cuáles son estos tres puntos generales? El primero es: regularidad en la meditación. Recuerda, es muy difícil crear la meditación, es muy fácil perderla. Crear cualquier cosa que sea superior cuesta un esfuerzo arduo, pero lo creado puede desaparecer en un momento. Perder contacto con la meditación es muy fácil.
Esa es una de las cualidades de lo superior. Es como cuidar del crecimiento de una flor: un viento un poco fuerte y la rosa se marchita, y los pétalos se caen; o entra algún animal en el jardín y se la come. La meditación se pierde muy fácilmente y ¡fue un camino tan largo el crearla...!
Y cuando haya un conflicto entre lo superior y lo inferior, recuérdalo siempre,"lo inferior gana fácilmente. Si provocas un choque entre la rosa y la roca, la rosa es la que va a morir, no la roca. La roca puede que ni siquiera se dé cuenta de que ha habido un choque.
Todo tu pasado está lleno de rocas, y cuando empiezas a cultivar dentro de ti la rosa de la conciencia hay mil y una posibilidades de que tus antiguas rocas la destrocen: hábitos, hábitos mecánicos. Tendrás que estar muy alerta, tendrás que ser muy cuidadoso. Tendrás que andar como una mujer embarazada. Por eso el hombre de conciencia anda cuidadosamente, vive cuidadosamente.
Y esto tiene que ser un fenómeno regular. No se trata de meditar un día un poco, después por unos días olvidarse de ello, y después otro día volver a meditar... La meditación tiene que ser tan regular como el sueño, como el alimento, como el ejercicio, como el respirar. Sólo entonces la gloria infinita de Dios te abrirá sus puertas.
Así que el primer punto general es: sé regular.
El segundo punto general es: no desperdicies tu tiempo con lo que no sea esencial. No pierdas el tiempo. Millones de personas desperdician el tiempo con cosas que no son esenciales, y la ironía es que saben que no son esenciales. Pero dicen: «¿Qué otra cosa vamos a hacer?» No tienen conciencia de nada más significativo.
La gente juega a las cartas, y si les preguntas que qué están haciendo, dicen que están matando el tiempo. ¿Matando el tiempo? ¡El tiempo es vida! Así que estás matando la vida. Y el tiempo que estás matando ya no lo puedes recuperar. Una vez que se ha ido, se ha ido para siempre.
El hombre que quiere convertirse en un buda tiene que dejar lo que no es esencial, para que haya más energía disponible para lo esencial. Fíjate en tu vida: ¿cuántas cosas haces que no son esenciales, y para qué? Y ¿cuánto tiempo las has estado haciendo?, y ¿qué es lo que has sacado de provecho? ¿Vas a repetir el mismo estúpido patrón de conducta durante toda tu vida? ¡Basta ya!
Míralo, medita sobre ello. Habla sólo lo que sea esencial, haz sólo lo que sea esencial, lee sólo lo que sea esencial. Y ahorrarás mucho tiempo, ahorrarás mucha energía; y toda esa energía y todo ese tiempo pueden canalizarse fácilmente hacia la meditación, hacia el crecimiento interno, hacia la observación.
Jamás he visto a un hombre que fuera tan pobre que no pudiera meditar. Pero la gente está ocupada en cosas tontas, completamente tontas. No parecen tontas, porque los demás están también haciendo lo mismo.
Pero el que busca tiene que estar alerta. Fíjate más en lo que estás haciendo, en qué estás haciendo con tu vida, porque para cultivar las rosas de la conciencia se necesitará mucha energía, se necesitará un depósito de energía. Y todo lo que es importante viene sólo cuando tienes energía de más. Si desperdicias toda tu energía con lo mundano, no entrarás en contacto con lo sagrado.
 Y el tercer punto general es: no racionalices tus errores y equivocaciones.
La mente tiende a racionalizar. Si cometes algún error, la mente dice: «Tenía que ser así. Es así por alguna razón. No soy responsable, la situación misma lo ha provocado.» Y la mente tiene gran habilidad para racionalizar cualquier cosa.
Evita racionalizar tus errores y equivocaciones, porque al racionalizar los proteges. Y entonces los repetirás. Evita racionalizar los errores. Para de racionalizar completamente. Razonar es una cosa, racionalizar es otra totalmente diferente. El razonar podemos utilizarlo para algunos propósitos positivos, pero el racionalizar nunca puede ser usado para ningún propósito positivo.
Y cuando racionalices verás que puedes engañar a los demás pero que no puedes engañarte a ti mismo. Sabes que has caído. En lugar de malgastar el tiempo en racionalizar y en convencerte de que no ha pasado nada malo, pon toda la energía en ser consciente.
Todos estos puntos generales son para ayudarte a tapar los escapes de energía. Porque si no los tapas, Dios vierte energía en ti, y tú tienes tantos escapes que nunca estás lleno. La energía viene, pero se escapa.

El quinto sutra:

Cambia tu inclinación y mantenla

Cambia tu inclinación, de la mente al corazón. Este es el primer cambio. Piensa menos, siente más. Intelectualiza menos, intuye más. El pensar es un proceso muy engañoso, te da la impresión de que estás haciendo grandes cosas. Pero tan sólo estás haciendo castillos en el aire. Los pensamientos no son sino castillos en el aire.
Los sentimientos tienen más materia, más sustancia. Los sentimientos te transforman. El pensar en el amor no te ayudará, pero el sentir amor te cambiará. El pensar es algo muy querido por el ego, porque el ego se nutre de ficciones. El ego no puede digerir ninguna realidad. Y el pensar es un proceso ficticio. El pensar es como soñar, es un soñar sofisticado. Los sueños son pictóricos y el pensar es conceptual, pero el proceso es el mismo. El soñar es una forma primitiva de pensar, y el pensar es una forma civilizada de soñar. Cambia de la mente al corazón, del pensar al sentir, de la lógica al amor.
Y el segundo cambio es del corazón al ser, porque todavía hay una capa más profunda en ti donde no pueden llegar los sentimientos. Recuerda estas tres palabras: mente, corazón, ser. El ser es tu naturaleza pura. Circundando al ser está el sentir, y circundando al sentir está el pensar. El pensar está muy lejos del ser, pero el sentir está un poco más cerca. El sentir refleja cierta gloria del ser. Es como cuando al atardecer las nubes toman bellos colores al reflejar la luz del sol. Las nubes no son el sol, pero reflejan la luz del sol.
Los sentimientos están cerca del ser, así que reflejan algo del ser. Pero uno también tiene que ir más allá de los sentimientos. Entonces, ¿qué es el ser? El ser no es ni pensar ni sentir. Es puramente ser. Uno simplemente es.
El pensar es muy interesado y egoísta. El sentir es más altruista, menos egoísta. El ser es no-ego, el estado sin ego. El ser no es ni egoísta ni altruista, es una espontaneidad, un responder momento a momento. Uno no vive de acuerdo a uno mismo, sino que vive de acuerdo a Dios, de acuerdo al todo.
El sentimiento es la mitad, y ninguna mitad puede jamás satisfacerte. El pensamiento y el sentimiento son mitades y con esas mitades seguirás dividido. El ser es total, y sólo lo total puede satisfacerte.
Y lo supremo, el cuarto cambio, es del ser al no-ser. Esto es nirvana, la iluminación: uno simplemente desaparece, uno simplemente no es. Dios es, la iluminación es. La luz es, el regocijo es, pero no hay nadie que se regocije. Neti neti, ni esto ni lo otro, ni la existencia ni la no-existencia. Este es el estado último. Atisha poco a poco va llevando a sus discípulos hacia él.
Déjame repetirlo: desde el pensar al sentir, desde el sentir al ser, desde el ser al no-ser, y uno ha llegado. Uno ha desaparecido y uno ha llegado. Por primera vez, uno ya no es. Y por primera vez, uno verdaderamente es.

El sexto sutra:

No discutas defectos

La mente tiende a discutir los defectos de los demás. Eso ayuda al ego a sentirse bien. Todo el mundo es un gran pecador. Si todo el mundo es un gran pecador, comparativamente uno se siente como un santo. Si todo el mundo está haciendo el mal, uno se consuela con que: «Al menos yo no estoy haciendo tanto mal.»
Por eso la gente habla de los defectos de los demás, no sólo hablan de ellos, sino que los magnifican. Por eso se disfruta tanto al murmurar. Cuando la murmuración pasa de uno a otro se enriquece. Y cuando venga de vuelta traerá algo añadido. Por la tarde, si llega a tus oídos el chisme que iniciaste por la mañana, te sorprenderás. Por la mañana era tan sólo un montoncito de tierra, ahora es una montaña.
La gente es muy creativa, verdaderamente creativa e inventiva.
¿Por qué la gente tiene tanto interés en murmurar sobre los demás, en encontrar faltas en los demás, en mirar a las imperfecciones y defectos de los demás? ¿Por qué la gente está constantemente intentando mirar por el ojo de la cerradura de los demás? La razón es: el hacerlo les ayuda a sentirse mejor con ellos mismos. Se vuelven fisgones, sólo para sentirse bien: «Yo soy mucho mejor.» Hay un motivo, y el motivo no es ayudar a los demás. No es eso. Digan lo que digan y a pesar de lo que digan. La razón básica es: «Si los otros son muy feos, entonces yo soy hermoso.» Siguen la ley de la relatividad de Albert Einstein.

Me contaron que Mulla Nasruddin se encontraba en un hotel y recibió un telegrama: debía volver urgentemente a casa.
Comenzó a darse prisa para no perder el tren y se dirigió a la calle disparado. Pero cuando llegó a la planta baja y miró a su equipaje se dio cuenta de que le faltaba el paraguas. Ahora tenía que subir de nuevo a la habitación.
Cuando pudo llegar al decimocuarto piso vio que su habitación ya había sido entregada a otras personas: una pareja de recién casados.
Aunque Mulla tenía prisa y arriesgaba perder el tren si se demoraba, la tentación era grande.
Miró por el ojo de la cerradura para ver qué estaba sucediendo dentro.
Una pareja de recién casados...
Ellos también tenían prisa, ya habían esperado demasiado; la ceremonia nupcial, la iglesia, los invitados y todo lo demás.
Finalmente, habían conseguido liberarse de todo y de todos, y ahora estaban desnudos, tumbados en la cama, diciéndose cosas dulces. El le estaba diciendo a ella:
—Tienes unos ojos tan hermosos... ¡Nunca he visto unos ojos tan bellos! ¿De quién son esos ojitos?
Y ella le respondía:
—¡Tuyos, tuyos y sólo tuyos!
Y así sucesivamente...
—Estas bellas manos, estos pechos hermosos, y esto y lo demás allá —la lista seguía y seguía. Y Mulla se había olvidado completamente del tren y del taxi que le estaba esperando abajo. Pero de repente se acordó del paraguas.
Y la lista estaba a punto de completarse, así que Mulla dijo:
—¡Espera! Cuando llegues al paraguas amarillo, ése es mío.

La gente hace muchas cosas inconscientemente. Si se volvieran conscientes, dejarían de hacerlas.
Atisha dice: No reflexiones sobre los defectos de los demás, no es asunto tuyo. No interfieras en las vidas de los demás, no es asunto tuyo.
Pero hay grandes moralistas cuyo único trabajo es ver quién está obrando mal. Desperdician su vida entera, son como perros policías olisqueando aquí y allá. Su único oficio en la vida es saber quién está obrando mal.
Atisha dice: Ese es un feo atributo y un desperdicio de tiempo y energía. No sólo es un desperdicio, sino que con ello se fortalece y se gratifica al ego. Y un ego más gratificado se convierte en una barrera mayor.
Y recuerda, la cuestión no es sólo no discutir los defectos de los demás. Ni siquiera te preocupes demasiado por tus propios defectos. Toma nota, sé consciente, y deja que el asunto quede zanjado inmediatamente.
También hay personas, aunque son menos, que hacen alarde de sus defectos...
Los psicoanalistas sospechan que la autobiografía de san Agustín, sus confesiones, no son verdaderas. San Agustín hace alarde de sus defectos. Él no era una persona tan mala. Pero el ser humano es verdaderamente increíble. Si empiezas a alardear de tus cualidades, te vas a los extremos. Si empiezas a alardear de los pecados también te vas al extremo. Y en ambos casos estás haciendo la misma cosa.
Lo que san Agustín está haciendo es simple. Al alardear de sus defectos y de sus pecados y de todo tipo de cosas reprobables, está preparando un contexto: consiguió elevarse de tal infierno y convertirse en un gran santo. Ahora su santidad aparenta ser más significativa de lo que hubiera aparentado de haber sido una buena persona desde un principio.
Y el mismo caso lo tenemos con Mahatma Gandhi en India. En su autobiografía simplemente exagera sus defectos y habla continuamente de ellos. Esto le ayuda de una manera indirecta: había caído muy bajo, estaba en un séptimo infierno, y desde ahí comenzó a elevarse y se convirtió en un gran mahatma, un gran santo. El camino fue muy arduo.
Esto satisface enormemente al ego.
No discutas los defectos de los demás, no discutas tus defectos. Toma nota y nada más. Atisha dice que la conciencia es suficiente, no se necesita nada más. Si eres totalmente consciente de algo, el fuego de la conciencia lo quema. No se necesita ningún otro remedio.

No pienses en nada que sea asunto de los demás

Y eso es en lo que tú piensas continuamente. El 99 por 100 de las cosas que piensas es asunto de los demás. ¡Déjalos!, ¡déjalos inmediatamente!

Tu vida es corta, se te está escapando entre los dedos. Cada momento eres menos, cada día eres menos, y cada día estás menos vivo y más muerto.
Con cada cumpleaños te acercas un año más a la muerte; un año más se te ha ido de las manos. Sé un poco más inteligente.

 No pienses en nada que sea asunto de los demás

Adiéstrate primero contra la mayor mácula

Gurdjieff solía decir a sus discípulos: lo primero, la primerísima cosa es: «Averigua cuál es tu característica más significativa, tu mayor extravío, tu característica central de inconsciencia.»
Para cada uno es diferente. Hay quien está obsesionado con el sexo. En un país como India, donde durante siglos se ha reprimido el sexo, esto se ha convertido casi en la característica universal; todo el mundo está obsesionado con el sexo. Hay quien está obsesionado con la ira, hay quien está obsesionado con la avaricia. Tienes que observar cuál es tu obsesión básica.
Así que primero averigua la característica fundamental sobre la que el edificio entero de tu ego descansa. Y después sé constantemente consciente de ella, porque sólo puede existir si eres inconsciente. Con el fuego de la conciencia la quemas.
Y recuerda, recuérdalo siempre, que no tienes que cultivar su opuesto. Si no, lo que sucede es que, si una persona se vuelve consciente de que «mi obsesión es la ira», dice: «¿Qué tengo que hacer?, ¡tengo que cultivar la compasión!» o, «mi obsesión es el sexo, ¿qué tengo que hacer?, ¡Tengo que practicar brahmacharya, el celibato!»
La gente va de una cosa a su opuesto. Así no es como sucede la transformación. Es el mismo péndulo el que se mueve de la izquierda a la derecha, de la derecha a la izquierda. Y así es como tu vida ha estado moviéndose durante siglos; se trata del mismo péndulo.
Hay que detener el péndulo en el medio. Y ése es el milagro de la conciencia. Simplemente sé consciente de que «este es mi mayor escollo, aquí es donde tropiezo una y otra vez, esta es la raíz de mi inconsciencia».
No intentes cultivar su opuesto; en lugar de ello, vierte ahí toda tu conciencia. Crea una gran hoguera de conciencia y ese escollo será abrasado. Y entonces el péndulo se detiene en el medio.
Y al detenerse el péndulo, se detiene el tiempo. De repente entras en un mundo sin tiempo, sin muerte, entras en la eternidad.

Y el último sutra:

Abandona toda esperanza de resultados

El ego está orientado hacia los resultados, la mente siempre ansia resultados. La mente nunca está interesada en el acto en sí mismo, su interés es en el resultado. «¿Qué es lo que voy a ganar con ello?» Si la mente puede obtener ganancia, sin pasar por la acción, entonces elegirá el atajo.
Por eso la gente que ha recibido una educación se hace muy astuta, porque son capaces de encontrar atajos. Si ganas dinero de una manera legal, puede que te lleve toda tu vida. Pero puedes ganar dinero con el contrabando, con el juego, o de otra manera —convirtiéndote en líder político, en primer ministro, en presidente—, entonces todos los atajos están a tu disposición. La persona educada se hace astuta. No se hace sabia, simplemente se vuelve lista. Se hace tan astuta que quiere tenerlo todo sin tener que hacer nada por ello.
La mente, el ego, están orientados hacia los resultados. El ser no está orientado hacia los resultados. Y ¿cómo puede jamás el no-ser estar orientado hacia los resultados? En primer lugar, no es.
La meditación les sucede sólo a aquellos que no están orientados hacia los resultados.
Hay una antigua historia:

Un hombre estaba muy interesado en conocerse a sí mismo, en iluminarse. Toda su vida había buscado un maestro que le enseñara la meditación. Había ido de maestro en maestro, pero no sucedía nada.
Pasaron los años, y estaba ya cansado, exhausto. Entonces alguien le dijo:
—Si de verdad quieres encontrar a un maestro tendrás que ir al Himalaya. Allí vive uno, en un parte incógnita; tendrás que buscarle. Una cosa es cierta, el maestro se encuentra allí. Nadie sabe exactamente dónde, porque cuando alguien llega a dar con su paradero, él se adentra todavía más en las cordilleras himalayas.
El hombre se estaba haciendo viejo, pero hizo acopio de valor. Durante dos años trabajó para ganar el dinero del viaje y se puso en camino; se trata de una vieja historia. Así que tuvo que viajar en camellos, en caballos y después seguir a pie hasta alcanzar el Himalaya. La gente le decía:
—Sí; conocemos al anciano, es muy viejo; uno no puede saber qué edad tiene, quizá trescientos años, o incluso quinientos años, nadie lo sabe. Vive por aquí, pero el sitio exacto no lo sabemos. Nadie sabe exactamente por dónde para, pero anda por aquí. Si buscas con empeño le encontrarás.
El hombre buscó y buscó y buscó. Durante dos años estuvo vagando por el Himalaya. Estaba cansado, exhausto, absolutamente exhausto; viviendo sólo de frutos salvajes, hojas y hierbas. Había perdido mucho peso. Pero estaba determinado a encontrar a ese hombre. Merecía la pena, aunque le costara la vida.
Y ¿puedes imaginártelo? Un día vio una pequeña cabaña, una cabaña de paja. No tenía puerta. Miró dentro, pero allí no había nadie. Y no sólo no había nadie, sino que todo indicaba que durante años no había habido nadie.
Puedes hacerte una idea de lo que le pasó a aquel hombre. Cayó al suelo. De puro cansancio dijo:
—¡Me rindo!
Se encontraba allí, tumbado bajo el sol, con la fresca brisa del Himalaya.
Y por primera vez, empezó a sentirse tan feliz... ¡Nunca había sentido tal dicha! De repente se sintió lleno de luz. De repente todos los pensamientos desaparecieron, de repente se transportó; y sin razón alguna, porque no había hecho nada.
Y entonces se dio cuenta de que alguien se inclinaba hacia él. Abrió los ojos. Allí estaba. Un hombre muy anciano. Este, sonriendo, dijo:
—Así que has venido. ¿Tienes algo que preguntarme?
Y el hombre contestó:
—No.
Y el anciano se rió, dio grandes carcajadas que resonaron en el eco de los valles.
—¿Sabes ahora qué es la meditación?
Y el hombre dijo:
—Sí.

¿Qué había sucedido?
Aquella exclamación que salió del núcleo más interno de su ser: «¡Me rindo!» En ese rendirse, todos los esfuerzos mentales orientados a una meta desaparecieron, todas las tentativas desaparecieron. Y la dicha se vertió sobre él. Se quedó en silencio, ya no era nadie, y tocó el último estrato del no-ser. Entonces supo lo que era la meditación.
La meditación es un estado mental sin metas.
Este último sutra es tremendamente significativo:

Abandona toda esperanza de resultados

Y entonces no hay necesidad de ir a ninguna parte, Dios vendrá a ti. Exclama desde muy dentro: «Me rindo.» Y el silencio descenderá, la bendición te rociará.
Estos sutras son sólo para meditadores, medita sobre ellos. Atisha no es un filósofo, Atisha es un siddha, un buda. Lo que está diciendo no son especulaciones. Son instrucciones concretas dadas sólo a aquellos que están dispuestos a viajar, a emprender un peregrinaje hacia lo desconocido.

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